Mi querido viejo

«Es un buen tipo mi viejo / que anda solo y esperando…» Esta es la introducción de la canción que tiene el mismo titulo de este escrito.

El 17 de diciembre mí papá, mi viejo, dijo adiós sin saber que lo haría, a este mundo. Cada quien dirá que tiene los mejores padres del mundo y solo nos acordamos de las cosas buenas que hicieron en vida. Yo quiero enumerar las cosas malas que hizo por mi:

1. Me hacía trabajar.
Desde pequeño para ganarme las cosas y yo comprarme las cosas que quería, tenía que trabajar con él enseñándome el valor de las cosas. Los fines de semanas, cuando un niño debía levantarse tarde, yo tenía que pararme a las 5:00 am para ir a trabajar en el mercado de Guaicaipuro y Cementerio en Caracas. Lo veía como atendía a los clientes… la gente quería las verduras bonitas y él se las daba. Me ponía a atender clientes para que aprendiera y cuando no lo hacía bien, me regañaba porque ellos eran la base del negocio. ¿Como pueden hacerle eso a un niño? No… esto no puede ser.

2. No dejaba que escucháramos las discusiones.
Sí, nunca me podía enterar del chisme completo del porqué mis padres discutían, porque no lo hacían delante de nosotros. Esto fue ley en la casa, se cuidaban de hacerlo. Nos privaban de una buena cotilla o de posicionarnos a favor de algunos de nuestros padres, al no dilucidar sus problemas ante nosotros. No sé a quien se le ocurre hacer eso a sus hijos.

3. Era alguien solitario.
Les conocí pocos amigos. Si me apuran, no creo recordar algunos de ellos. Su vida social era del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Claro que tenia compañeros de bebidas, pero nunca los llevaba a casa. Respetaba su hogar, era su santuario. ¿Cómo alguien no va a tener amigos y se va a dedicar a su familia? No, eso no puede ser, todo tenemos vida social y se debe aprovechar.

4. Era cascarrabias.
¿Colocar los codos en la mesa para comer? Eso no se hace, es señal que la comida no te gusta y que no aprecia lo que con tanto esfuerzo se trajo a la casa. Era regaño seguro. Aparte que, contando un anécdota, cuando comíamos juntos contábamos chistes y a mí se me ocurrió contar un chiste grosero. Él lo escuchó y me dijo «¿Tú crees que eso es gracioso?» Decirle eso a un niño de 9 años es cortarles las alas para llegar a ser un comediante. Debe ser que no tenía buen humor.

Ahora en serio. Mi papá era un excelente hombre, honrado en sus tratos, sensato, pausado, con sus limitaciones y problemas pero nunca nos desasistió. No era el más comunicativo, pero era el hombre que daba todo por su familia y eso es algo que siempre voy a recordar. De hecho para emigrar, me vi en el espejo de él, que llegando joven a Venezuela, empezó a trabajar lo que fuera. Desde limpiar oficinas hasta cargar sacos de verduras y tener sus propio negocio.

Trabajador como él, muy pocos. Toda su vida trabajando. Cuando tuvo la fractura de cadera, mi mamá y yo pensamos que mi papá se deprimiría porque no podía trabajar y que podía pasar algo peor. Pero se recuperó y siguió trabajando, incluso horas antes de morir.

Al escribir esta nota, sigo pensando en ese abrazo que nos dimos en enero de 2017 cuando emigré a España. No quiso ir al aeropuerto a despedirme, tuve que ir donde él trabajaba para despedirme. Pero vi en sus lacónicos ojos que estaba triste porque me iba. Guardé siempre la esperanza de volverlo a ver, que viniera de visita a su tierra, pero que va, terco como él solo.

Ni siquiera pude decirle adiós. Lo he extrañado, lo extraño y lo seguiré extrañando.

Y como dice la canción del principio: «Yo soy tu sangre mi viejo.»

Te amo papá.

* Para quien no conozca la canción que hago referencia, es esta, de Piero (1969)

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